Una foto falsa terminó de exponerlas. A la Presidenta, a sus ideas y a su estrategia. El año electoral comenzó con renovadas ráfagas de rencor de Cristina Kirchner contra el periodismo. No dijo ni escribió una sola palabra sobre los desquicios de la economía, sobre las satelitales ambiciones salariales de los gremios, sobre los trastornos de la inflación o sobre el estrafalario mercado cambiario.
Los días de enero que ella vivió en Buenos Aires los dedicó sobre todo a callar a los críticos y a maltratar a los diarios independientes. Cerrar esas bocas se ha convertido, por ahora, en su casi único programa electoral. Sólo acompañado, tal vez, por un mayor control personal del destino de los recursos públicos, mecanismo que ya amenaza con convertir a los gobernadores en simples delegados del Poder Ejecutivo nacional. El caso de Daniel Scioli, el más popular de los gobernadores, es aleccionador: un político impopular, como Amado Boudou, lo insultó en público sólo porque el gobernador pidió abrir un diálogo sobre la coparticipación federal. Acatar y callar. No hay otra opción para los funcionarios peronistas.
La foto falsa sobre Hugo Chávez la publicó el diario español El País. Fue un error, como el propio diario lo reconoció. Habría sido un error aun cuando la foto hubiera sido auténtica. Todos, incluido Chávez, merecen el respeto a su dignidad. Perfectible como es en todos los casos, el periodismo tiene también muchos aciertos y su presencia es imprescindible en la vida democrática. El propio diario El País fue implacable en la publicación de actos de corrupción de la dirigencia española. Llama la atención que la presidenta argentina no haya dicho nunca nada sobre esas espectaculares revelaciones que acorralan en estos días a los políticos de España.
Por el contrario, existe una clara diferencia entre lo que sucede aquí y en Madrid con las denuncias de corrupción política. Allá, los acusados renuncian y sus líderes deben modificar políticas y métodos. Aquí, los que reclaman una explicación de la corrupción evidente son perseguidos, condenados a esquivar los carpetazos falsos o ciertos que les propinan desde el kirchnerismo.
La prensa es "canalla" para la Presidenta porque habla de esas deshonestidades, no porque un diario publicó una foto falsa de su amigo Chávez. El primer mes del año comenzó con una dura y falsa acusación presidencial contra La Nación (falsedad que, una vez aclarada, no escandalizó a la Presidenta) y termina con interminables diatribas contra El País y contra Clarín. Sería ingenuo imaginar que en todas esas ocasiones la Presidenta sólo dio rienda suelta a su proverbial mal humor. Se trata, sin duda, de una vieja estrategia, ratificada ahora frente a un crucial año de elecciones.
La Presidenta cree que todos sus problemas se terminarán el día en que todo el periodismo la elogie, describió, con precisión de cronista, un funcionario con acceso a ella.
Prisionera de una política cada vez más autoritaria, y de la que ya le será difícil evadirse aunque quisiera, el otro objetivo de sus interminables arrebatos es la Corte Suprema de Justicia. ¿Casualidad? Seguramente no. Ese tribunal, la máxima administración de justicia del país, es, junto con el poco periodismo no alineado al kirchnerismo, lo único independiente que queda entre las instituciones argentinas. La Corte tiene y tendrá causas que precisamente afectan al periodismo en su relación con el Estado.
Todo lo que circula en los tribunales sobre los medios periodísticos terminará aquí, sin duda, adelantó uno de los jueces de la Corte Suprema poco antes de empezar el período anual de vacaciones.
Esas vacaciones de los jueces terminarán en estos días; en febrero comenzará el año judicial. Hebe de Bonafini renovó la ofensiva contra la Corte que ya el kirchnerismo había explayado a fines de diciembre y principios de enero. Cristina nunca les perdonó a esos jueces que hayan decidido varias veces en los últimos tiempos a favor de planteos hechos por el Grupo Clarín sobre la ley de medios. En rigor, la Corte no respaldó a Clarín; simplemente no homologó caprichos y antojos presidenciales contrarios a cualquier noción del procedimiento judicial y del juicio justo.
Bonafini comenzó a revelar los antecedentes de esos jueces que están en poder de los servicios de inteligencia. Es exactamente lo que los magistrados de la Corte Suprema esperaban; saben, desde hace varios meses, que el espionaje kirchnerista sigue sus movimientos, toma fotografías de ellos, hurga en sus pasados y escucha sus conversaciones telefónicas. Bonafini comenzó con Carmen Argibay, la jueza más clara, independiente y segura de la Corte. Es también la menos vulnerable; hasta estuvo detenida por la dictadura militar. Comenzar por ella fue casi un mensaje oculto al resto de los jueces, aunque ninguno tiene un prontuario secreto ni necesita esconder nada.
Es cierto que Bonafini carece ya de autoridad política y moral para denunciar a nadie, sobre todo después de que no pudo explicar cómo se gastaron los millonarios recursos del Estado que fueron a parar a sus manos y a las de Sergio Schoklender. Pero los jueces sienten la presión del poder kirchnerista cerca de sus talones. No están acostumbrados al agravio público; son jueces, no políticos. Es Cristina la que está detrás de Bonafini. ¿Acaso no fue el propio Schoklender el que denunció que los "juicios políticos" de Bonafini en la Plaza de Mayo eran instrucciones precisas del entonces matrimonio Kirchner?
Digan lo que digan en público, los jueces de la Corte Suprema pronostican tiempos de aprietes y de operaciones contra ellos. Quizá se avecinan momentos en que deberán demostrar, como nunca antes, su serenidad y su independencia. Esas son las dos virtudes que el kirchnerismo quiere arrebatarles ahora con tantas presiones públicas y reservadas.
Resulta extraño que la Presidenta se ocupe de jueces y periodistas justo en los días en que la economía comienza a señalarle el otoño de su poder. La inflación de este año podría ser peor que la de 2012. Los gremios, los amigos y los enemigos, están ayudando a elevar el costo de vida con reclamos salariales intolerables para la actual situación de la economía.
O los afiliados de los sindicatos o el Gobierno. Esa es nuestra opción, dijo un dirigente gremial muy cercano al kirchnerismo. Ahora la Presidenta tendrá oportunidad de arrepentirse de haber promovido la división sindical. Si aquello es lo que dicen los amigos, ¿qué puede esperar de los enemigos?
Caída de la producción industrial y de la actividad económica, inflación, escasa inversión, un dólar paralelo eyectado y el colapso de la infraestructura. La Presidenta sólo atina a repetir sus viejas recetas tan dirigistas como facilistas para resolver esos graves problemas de la economía. Nunca tomó nota de que es la primera vez que el peronismo lidera un tercer mandato presidencial consecutivo, que no tuvieron ni Perón ni Menem. Ésta es también, por lo tanto, la primera vez que en el peronismo deberán hacerse cargo de sus propias consecuencias. Para peor, Cristina carece de un equipo económico creíble y de programas económicos alternativos.
Sólo podría pavonearse porque la política habla nada más que de ella. Tiene un deber de gratitud frente a la inoperancia de sus opositores, que no imaginan alianzas electorales ni políticas diferentes. Pero esa es otra historia. Todo lo que ella ofrece es muy poco para una sociedad perseguida por una delincuencia cada vez más criminal y asustada por la deriva de una economía altamente imprevisible. La Presidenta sólo se ocupa de perseguir a los periodistas, de presionar a los jueces y de sumar para ella más poder en la cima estructural. Las mismas respuestas, en fin, para otras preguntas.